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Republica o Monarquia da igual si hay democrácia, libertad y justicia


Republica o Monarquia da igual si hay democrácia, libertad y justicia.

El hecho de que una nación sea Republica no es garantia de democrácia, de libertad, ni de justicia.

Ejemplos los tenemos a miles, las Repúblicas comunistas matando a decenas de millones de sus habitantes, las corrompidisimas repúblicas bananeras de hispanoamerica exterminando a sus gentes y sus libertades, La República nazi exterminando judíos y gitanos, la República Norteamericana lanzando innecesariamente dos bombas atomicas sobre población civil, «sobretodo la segunda», invadiendo arbitrariamente: Colombia, Nicaragua, Panamá, Cuba, Venezuela, Mejico, filipinas bombardeando aquí innecesaria y genocidamente las zonas donde se hablaba la lengua Española.

Sin mencionar las Repúblicas Africanas y las Islámicas y mucho menos la Romana.

Conclusión para los Republicanos recalcitantes «una República no es garantía de nada, que entendamos como justicia y democrácia», por lo tanto, no es un concepto importante a defender en nuestro ideario, «en mi modesta opinión» y que nos puede restar apoyos de gente democrática y tolerante.

En cambio la Monarquía nos garantiza un jefe de Estado, no sectarío políticamente hablando, nos garantiza alguien que no perteneciendo a ningun bando pueda acumular el suficiente poder que evite que nos matemos los unos a los otros como ya pasó en el 36.

Lo importante del Rey o como le queramos llamar es: Que lo podamos elegir, !!! que no nos venga impuesto…¡¡¡

Tal y como decía nuestra primera constitución «La pepa»: La nación Española no es patrimonio de ninguna familia o persona.

Eso es lo importante a defender. Que cada Español pueda elegir a su Rey democráticamente y !!! que cada español pueda aspirar a serlo…¡¡¡

Un presidente de República siempre será sectario y dogmático desde sus mismo origen y procedencia.

Un cordial saludo a todos esperando que no me mal interpretéis mis palabras como retrogradas.

No es eso

¿CHAVEZ O PINOCHET?


¿CHAVEZ O PINOCHET?

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REFLEXIONES LIBERARIAS
Ricardo Valenzuela
Ricardo Valenzuela
Hace unos días en Venezuela se dio un vergonzoso atropello. El tirano Hugo Chavez hostigaba las ideas de libertad que representan Mario y Álvaro Vargas Llosa. Un dictadorzuelo que lleva a Venezuela a un infierno peor que el vivido durante toda su independencia, agredida a dos de los más prestigiados liberales del mundo. Ello me hizo pensar y comparar a dos países sudamericanos: Chile y esa agraviada Venezuela.

Chile hoy día es considerado un ejemplo para el mundo. Después de su retorno a la democracia, ha surgido el compromiso de los chilenos para continuar el desarrollo económico con la misma receta que produjo esta historia de éxito. Sin embargo, hace poco tiempo era considerado un país controversial. Tanto la “revolución de la libertad” encabezada por Eduardo Frei Sr. (1964-70), como la “ruta legal hacia el socialismo” de Salvador Allende (1970-1973), atrajeron la atención de segmentos diferentes, en épocas diferentes, en diferentes partes del mundo para finalmente enviar el país al profundo pozo del fracaso.

En Septiembre de 1973, ante el clamor popular, una junta militar derrocó al presidente Salvador Allende frente a una ola de indignación por la destrucción de la democracia chilena. Sin embargo, los programas económicos implementados de inmediato adquirieron aceptación de las instituciones financieras internacionales. A partir de mediados de los años 70s, Chile se convirtió en el consentido de los mercados mundiales. Se convirtió también en el país más visitado por académicos de la facultad de economía de la Universidad de Chicago, incluyendo al legendario Milton Friedman.

Chile sería el primer experimento en donde se aplicaran reglas de economía ortodoxa en un país subdesarrollado. El laboratorio en el cual se probarían las teorías liberales en una nación del tercer mundo, algo nunca intentado. Se había convertido, también, ejemplo del fracaso servido por socialismo latinoamericano.

Bajo el mando de Pinochet, el comercio internacional fue liberalizado, los precios dejados a oferta y demanda, las empresas estatales fueron privatizadas, el sector financiero desregulado, y las funciones del estado fueron drásticamente reducidas.

En unos cuantos años, Chile fue sujeto a dos proyectos totalmente contradictorios. De 1970 a 1973, el programa “antiimperialista” de Allende nacionalizando los sectores productivos, expropiando propiedad privada, y remplazando el mercado con sistemas de control estatal. Después, de 1974 a 1978, Pinochet desarrolló un programa de liberación económica basado los mecanismos de mercado, la reducción del estado, la desregulación del sector financiero, y un discurso que dejaba al mercado resolver infinidad de problema que enfrentaba la sociedad.

El interés en Chile creció y atrajo gran solidaridad por otro factor: El grupo de economistas seleccionados por el Pinochet para la reconstrucción del país, conocidos como los “Chicago boys”. De inmediato los noveles economistas se distinguieron no solo por la audacia de su revolución económica, sino también por su inquebrantable fe en la ciencia económica como legitimación de sus medidas draconianas, y la habilidad del mercado para resolver la multitud de problemas heredados por el sueño socialista. También, de inmediato manifestaron su total rechazo al intrusivo papel que el Estado había representado en el desarrollo de la sociedad.

Pero el milagro chileno no se dio como la multiplicación de los panes y los peces. Se tuvieron una serie de tropiezos que, inclusive, provocaron una seria recesión en 1982 lo que se tradujo en el desembarco de una segunda generación de Chicago Boys, aun más convencidos de las bondades del mercado. Finalmente, en esta segunda fase del proceso, el verdadero milagro chileno afloraba a la superficie para admiración del mundo.

Las reformas implementadas por los Chicago Boys son consideradas las bases sobre las que descansa en estos momentos el éxito de Chile. El doloroso proceso al cual el país fue expuesto después del fracaso socialista de Allende, es considerado como los cimientos sobre los que descansa la libertad, el progreso y el futuro del país.

Chile se adelantó dos décadas a los saboteados procesos que América Latina inició a finales de los 80s. Pero más impresionante, Chile se anticipó, inclusive, a las famosas revoluciones de EU e Inglaterra encabezadas por Reagan y la Thatcher. Hay intelectuales que se atreven a afirmar que el exitoso experimento Chileno, fue lo que provocó que el mundo entero abrazara los mercados en los años 80s y 90s, y la inspiración de Gorbachev para darle el tiro de gracia al comunismo soviético.

México, sin embargo, ha permanecido atrapado en la red de una revolución fracasada. Cuando los Chicago boys iniciaba la reconstrucción de las ruinas dejadas por Allende, en nuestro país Echeverría arreciaba su nacionalismo revolucionario. Cuando Salinas trató de implementar las mismas reformas en los 90s, de inmediato fueron saboteadas empujando al país a un precipicio. Cuando llegara la ansiada democracia, los sueños mexicanos quedaban marchitos en un congreso de mercenarios y presidentes maniatados.

Ante el experimento chileno, mexicano y resto de América Latina, hay quienes afirman que el establecimiento de los mercados libres requiere un régimen autoritario. Aseguran que una sociedad libre regida por el mercado, tiene que ser impuesta casi por la fuerza. De hecho y como afirma Von Mises en sus escritos: “Muchas veces al implementar el liberalismo, se tiene que luchar, inclusive, con los que más se benefician de él. En EU los más opuestos a la abolición de la esclavitud, eran los mismos esclavos”

Las razones son simples: La sociedad chilena—como la de todos los países latinoamericanos—había sido moldeada por un estado poderoso e intruso. Ese había sido el escenario de Chile desde sus origines como nación independiente. Además, durante los últimos 60 años, organizaciones muy influyentes—partidos políticos de izquierda y la iglesia católica—promovieron un clima social marcado por pronunciamientos hacia una “justicia social,” y una lucha miope en contra la marginación social.

Con la implantación de los mercados libres de parte de los economistas de Pinochet, y el regreso a la democracia servida por él mismo, Chile se ha identificado como ejemplo mundial de una sociedad que ya no puede combinar desarrollo económico—que beneficia a pocos—con un régimen autoritario, que excluye a la mayoría. Chile se ha convertido en el edificio de un verdadero capitalismo democrático, un capitalismo incluyente, un capitalismo para todos. Chile se ha convertido en un oasis de prosperidad en un continente que se distingue por los fracasos económicos. Se ha convertido en un ejemplo mundial, el admirable Chile del Siglo XXI, un regalo de Pinochet y sus Chicago Boys.

Y como diría Paquita la del barrio: “¿Me oyes rata de dos patas?”

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Ramón Peralta: "Ser ciudadano en España se limita a pagar y callar"


Ramón Peralta: «Ser ciudadano en España se limita a pagar y callar»

20.11.08 | 12:09. Archivado en Aviación
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Miguel Pato y Tatiana R. Brito (PD)-. Después de 30 años con la presente Constitución vigente cabe hacerse ya la pregunta de cuál es su estado de salud. Para el autor de “La Constitución como sistema de Libertad” (Ed. Actas) la respuesta no es muy halagüeña. Ramón Peralta explica que tenemos una Carta Magna que se hizo para una Transición y de ello derivan los problemas y errores que se viven tres décadas después.

El hecho de que este texto, cuyo fin debería de ser garantizar derechos y libertades, se haya convertido en un arma política se debe a que hemos transformado una democracia en una“partidocracia”.

“Ya ni siquiera hay democracia interna en los partidos. Sólo existe una cúpula dirigente que se apoya en preceptos constitucionales actuales.”

 

Para este doctor en Derecho Constitucional en 1978 se optó por una fórmula que deriva en la “confusión total” entre poder ejecutivo y legislativo, entre Gobierno y Parlamento. El caso del Poder Judicial, según explica Ramón Peralta, es el mismo pues sus órganos de Gobierno lo designan los parlamentarios.

“El pueblo está ausente de los poderes públicos. No existe una fórmula electoral que represente a los ciudadanos en el Parlamento. Con el sistema de listas, los diputados sólo representan al jefe del partido que diseña esas listas”.

Bajo estas premisas, Ramón Peralta lamenta que el Parlamento se ha convertido en la “capilla” de los partidos políticos.

“Entre los jefes de los partidos políticos se puede decidir toda la legislatura mientras los demás diputados se limitan a decir amén. El Parlamento se ha convertido en algo totalmente al margen de la sociedad”.

La situación es grave si se tiene en cuenta que hoy en día, como explica este experto, ser ciudadano en España se ha limitado a pagar impuestos y tasas que te imponen y escoger una lista electoral cada cuatro años.

“El régimen constitucional en España se limita a pagar y callar. Ni siquiera podemos elegir al jefe del poder Ejecutivo que se elige en sesión de investidura en el Parlamento.”

EL TEXTO CONSTITUCIONAL Y MONARQUÍA

Para Ramón Peralta el problema está en que todos estos desajustes no se focalizan hacia el texto Constitucional y, además, gran parte de la corrupción deriva de la falta de control de los poderes públicos.

Pero hay un tema de fondo que es si esto puede o no puede ser tolerado por el pueblo soberano. Así, el doctor de derecho Constitucional subraya que tendríamos que preguntarnos si en España

“Somos un pueblo de ciudadanos o un pueblo con tendencias serviles”.

En estos tiempos de crisis, añade el autor, es necesario que la ciudadanía se dé cuenta de que el actual sistema no es sostenible

“Los 17 mini estados (Comunidades Autónomas), un Gobierno Central, sindicatos, partidos y todos aquellos que viven del Estado suman una cifra muy cara”

Asimismo, la culminación de un camino constitucionalista no puede ser este texto de 1978. No puede ser cuando, por ejemplo, “la jefatura del Estado se hereda como se hereda una finca”.

Para Ramón Peralta, igual que la Constitución es de transición, el regreso de la Monarquía a nuestro país es “algo anecdótico” en nuestra historia.

Obama aboga por usuarios de tarjetas de crédito


El mandatario busca que se prohíban las prácticas injustas de este tipo de empresas
Barack Obama, presidente de EEUU, pide cuentas claras. [Fotos: AP]

WASHINGTON, D.C.— El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció ayer una nueva ley que pondrá límite a los abusos de las empresas de tarjetas de crédito, a las que exigió, sobre todo, evitar las subidas inesperadas de los tipos de interés.

Obama se reunió ayer con los representantes de una quincena de empresas de medios de pago para conocer su opinión sobre la marcha del sector y anunciarles las líneas generales de la reforma del ramo que su gobierno promoverá en el Congreso.

En el encuentro, les dejó claro que las tarjetas de crédito son «una fuente de financiación para muchos individuos y pequeños negocios que están creando empleos», por lo que merece la pena «preservar este mercado».

«Pero queremos hacerlo de manera que eliminemos alguno de los abusos y problemas en los que mucha gente se encuentra. Gente que empieza con una tarjeta con un tipo de interés muy bajo y de repente se encuentra con que se ha duplicado, con comisiones desconocidas, y con unos ‘términos y condiciones’ que carecen de claridad y transparencia», se quejó el presidente.

El negocio de las tarjetas de crédito se ha incrementado de manera exponencial en los últimos años en Estados Unidos, donde en enero de 2009 la deuda contraída por este medio de pago ascendía a 963 mil millones de dólares, según datos del Banco de la Reserva Federal (Fed).

En Estados Unidos., más de las tres cuartas partes de las familias utilizan tarjetas de crédito, con una deuda media por familia de 7,300 dólares.

Una quinta parte de ellas, según datos de 2006, pagaba intereses que estaban por encima del 20%.

Con el agravamiento de la crisis, la tasa de morosidad e impago ha crecido un tercio desde finales de 2006 hasta la actualidad.

Barack Obama (centro) responde a preguntas de los reporteros en el salón Roosevelt de la Casa Blanca, donde se refirió al tema de las tarjetas de crédito. Timothy Geithner (izq.), secretario del Tesoro, sonríe tras una respuesta del mandatario. [Foto: AP]
Anualmente, las empresas de tarjetas recaudan 15 mil millones de dólares en penalizaciones, lo que supone el 10% de todos los ingresos de la industria.

En la reunión, y en presencia de las cámaras de televisión, el Presidente detalló algunas de las líneas generales de la legislación que su gobierno promoverá, y que irá dirigida a mejorar la protección del consumidor y la responsabilidad de las empresas financieras.

En ese sentido, el gobierno buscará que se prohíban los incrementos injustos de los tipos de interés que se cobran por comprar a crédito, así como las comisiones y las penalizaciones abusivas que a veces se aplican.

Los extractos que envíen las empresas de medios de pago tienen que estar escritos en un lenguaje llano y sencillo.

«No más letra pequeña, no más ‘términos y condiciones’ confusos», dijo Obama.

El Presidente también quiere que las empresas faciliten el acceso de los clientes a sus contratos, especialmente a través de la internet, y que simplifiquen los términos en los que les ofrecen nuevos productos.

Por último, la reforma debe recoger penalizaciones para las empresas que violen la ley o para aquellas prácticas que dañen las economías familiares.

Mientras se elabora esta nueva ley, varios legisladores demócratas han presentado propuestas para enmendar la legislación actual, de manera que tenga un efecto inmediato en los consumidores.

El miércoles, un comité de la Cámara de Representantes aprobó por una mayoría abrumadora una norma que reducirá las comisiones y limitará la capacidad de las empresas de medios de pago de cobrar penalizaciones.

Esta enmienda permitió incorporar a la ley las restricciones que el año pasado había adoptado el Fed, entre las que figuraba, por ejemplo, la prohibición de ofrecer tarjetas de crédito a menores de edad.

 

 

En la Cámara Alta, los senadores Charles Schumer y Chris Dodd presentaron una Declaración de Derechos de los usuarios de tarjetas de crédito en la que se obliga a las firmas, por ejemplo, a comunicar con 45 días de antelación cualquier incremento de los tipos de interés en la compra a crédito.

 

http://www.impre.com/laopinion/noticias/primera-pagina/2009/4/24/obama-aboga-por-usuarios-de-ta-121077-3.html

 

 

Miles de personas empiezan la rebelión de las clases medias


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Elsemanaldigital.com

Desbordadas todas las expectativas de los organizadores de la  de las Clases Medias, miles de personas han iniciado la rebelión de las clases medias en la Plaza de Colón. 

 

Los ciudadanos concentrados mostraron su rechazo al expolio que vienen sufriendo las clases medias españolas, y que se ha intensificado con los llamados planes de rescate de bancos y cajas.

Los representantes de la  de las Clases Medias que tomaron la palabra señalaron que partidos y sindicatos han de pasar a ser financiados exclusivamente por las cuotas de sus afiliados y ha de cortarse con urgencia la cultura de la subvención, porque «estamos hartos de la gente que vive del cuento, instalada en el Presupuesto».

 
De Diego dijo que es preciso reducir un Estado autonómico que es insostenible .

 

El presidente de la Plataforma de las Clases Medias, el periodista Enrique de Diego indicó que «pagamos impuestos para que el Gobierno proteja nuestra propiedad, no para que se incaute de ella». «Sólo nos dejan la opción de paga y aguanta. Pues aguantar, no vamos a aguantar y pagar, ya veremos, porque hay facturas que no hemos firmado», señaló.

De Diego destacó que es falso que la sociedad civil española esté adormecida, lo que no tiene son cauces de participación, y la demostración es el éxito de una convocatoria que se ha realizado sin medios y sin presupuesto. «Ha llegado el momento de asumir la propia responsabilidad, y ser líderes de sí mismo, frente a la casta parasitaria que nos depreda», dijo. «Es preciso desamortizar edificios públicos -indicó De Diego-, vender las televisiones estatales y autonómicas, y reducir un Estado autonómico que es insostenible».

El presidente de la Plataforma de Venezolanos en Madrid,William Cárdenas, indicó por su parte que Hugo Chávezllegó al poder tras el deterioro de las clases medias venezolanas y que ahora las está extinguiendo, y que era positivo ver a las clases medias españolas movilizándose.

Javier Benegas, vicepresidente de la Plataforma, anunció que en el futuro se celebrarán concentraciones en todas las capitales de España para extender la conciencia de la expoliación de las clases medias. Los concentrados en la Plaza de Colón mostraron su malestar con el despilfarro del que hacen gala los políticos.

 

 

http://www.elsemanaldigital.com/articulos.asp?idarticulo=90030

David Friedman: anarco-capitalismo utilitarista


Por Albert Esplugas Boter

Creo que aunque hay ciertas tareas importantes que por motivos especiales son difíciles de realizar bajo instituciones estrictamente de propiedad privada, estas dificultades son en teoría, y pueden serlo en la práctica, solubles. Yo sostengo que no hay ninguna función adecuada para el gobierno. En este sentido soy un anarquista. Todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo.”
David Friedman, The Machinery of Freedom[1].
 
El economista David Friedman, profesor de derecho de la Universidad de Santa Clara e hijo del Nobel Milton Friedman, es no de los máximos exponentes vivos del anarco-capitalismo, a la par que uno de sus teóricos más heterodoxos. No hay servicio, afirma, que el mercado no pueda proveer de manera más eficiente y justa que el Estado, desde la sanidad a los tribunales, pasando por la enseñanza, la gestión de las calles o la policía. Friedman se define como un conservador goldwateriano que simplemente lleva el principio de la libertad más lejos que el célebre político republicano. De hecho a veces gusta llamarse, en su peculiar jerga política, un “anarquista goldwateriano”[2]. Aborda el anarco-capitalismo desde una perspectiva fundamentalmente pragmática, lo que le distingue de otros autores como Murray Rothbard o Hans-Hermann Hoppe que ponen el acento en los derechos naturales del hombre.
 
Friedman rechaza el utilitarismo como patrón último para determinar lo que debe hacerse y lo que no, pero considera que los argumentos de esta clase son en general los más eficaces para defender la doctrina libertaria. La gente tiene ideas muy diversas acerca de lo que es justo, sin embargo la mayoría coincide en que la felicidad y la prosperidad son propósitos deseables. Arguye Friedman que si, por ejemplo, aboga por la derogación de las leyes antidrogas alegando que violan los derechos individuales de los adictos, sólo convencerá a otros liberales. Pero si explica que las leyes antidroga generan delincuencia debido al aumento de los precios y que la baja calidad de los estupefacientes, principal causa de mortalidad entre sus consumidores, es típica de los mercado ilegales, probablemente entonces pueda convencer incluso a personas que no crean que los adictos tengan derechos. El profesor Friedman apunta otra razón por la cual emplea a menudo argumentos utilitaristas, que es que su especialidad es la economía y no la filosofía moral. Por otro lado opina que la primera es una ciencia más desarrollada que la segunda: se sabe más sobre las consecuencias de determinadas instituciones que sobre lo que es la justicia.
 
El anarco-capitalismo, dice el teórico libertario, no requiere ningún “hombre nuevo” para materializarse. “Una utopía que sólo es factible en una sociedad de santos es una visión peligrosa, porque nunca hay suficientes santos[3]. Su tesis es que la viabilidad del anarco-capitalismo no requiere más “santos” de los que hay ahora (antes al contrario, le basta con menos), y una vez instaurado sería un sistema estable que dudosamente evolucionaría hacia un régimen estatista. Friedman considera que bajo instituciones gubernamentales la ley es como un bien público (porque se aplica a todos aquellos ciudadanos que se encuentran en una misma jurisdicción, hayan o no votado la ley) y en consecuencia es una “mercancía” subproducida. En este contexto, la “mala” legislación (la que beneficia a determinados grupos en detrimento de los demás) tiene un componente menor de bien público y es por lo tanto más abundante que la “buena” legislación (la que beneficia a todos). Friedman ilustra este fenómeno explicando que en un escenario en el que uno puede obtener 1000 dólares o bien mediante la derogación de un ingente número de leyes que favorecen intereses especiales o bien mediante la aprobación de una sola ley que favorezca su interés especial particular, será más costosa para el afectado la primera opción, aunque beneficie a la sociedad entera[4]. De ahí el extraordinario afán por servirse del sistema democrático para conseguir privilegios y socavar el libre mercado, lo que acaba redundando en perjuicio de todos. En una sociedad sin Estado, por el contrario, la ley dejaría de tener carácter de bien público, pues cada individuo compraría y obtendría su propia legislación. No así la promoción del estatismo, porque las políticas públicas deben aplicarse indistintamente sobre los individuos de un territorio dado y para un particular resultaría más costoso reintroducir el gobierno (aunque vaya a beneficiar a todos) que recurrir al libre mercado para lograr lo que desea. En realidad Friedman piensa que es el Estado mínimo y no la sociedad anarco-capitalista la que merece el epíteto de utópico, puesto que la lógica de los intereses especiales siempre acabaría dilatando el reducido sector público inicial. De hecho la imposibilidad del Estado mínimo se habría observado en la evolución del propio sistema norteamericano, que presuntamente se hallaba constreñido por una constitución liberal y es hoy un engendro intervencionista de titánicas dimensiones.
 
Examinemos ahora con cierto detenimiento el interesante juicio del profesor Friedman sobre algunas cuestiones más concretas.
 
 
Policía, tribunales y leyes
 
Friedman considera que en una sociedad sin Estado los servicios de policía podrían ser proveídos por agencias privadas de protección, cuyas prestaciones irían desde la colocación de vallas defensivas y alarmas a patrullas de gendarmes y sustitutos electrónicos. La composición del servicio la determinarían los costes y la efectividad de las distintas alternativas. A diferencia del Estado, que tiene nulos incentivos para proteger a sus ciudadanos (más bien tiene incentivos para expoliarlos), las agencias de protección competirían en un mercado libre y se verían empujadas a suministrar el mejor servicio al menor precio posible. Las diferentes empresas extenderían contratos entre ellas especificando el tribunal privado que resolvería los conflictos mutuos. Si un individuo de una agencia fuera acusado de cometer un delito contra un individuo de otra agencia, la opción de un enfrentamiento violento entre ambas agencias sería absolutamente antieconómica (por el coste de los daños, porque el riesgo de pugna subiría los precios y los consumidores se desplazarían a empresas menos conflictivas y baratas…). Teniendo en cuenta que las guerras son caras y que se trataría de empresas con ánimo de lucro, éstas evitarían las disputas recurriendo a tribunales estipulados de antemano. Los tribunales, que a su vez competirían para captar a las agencias, ofrecerían un surtido de leyes que se ajustaría a la demanda del mercado. Las agencias patrocinarían los tribunales más eficientes y con una oferta de leyes más atractiva para sus clientes. En la práctica es posible que muchas empresas de protección, con el propósito de ahorrar complejidad a sus usuarios, contratasen el mismo tribunal y muchas cortes adoptasen sistemas de leyes idénticos o casi iguales. Si resultara confuso tener numerosos sistemas legales distintos, los tribunales tendrían un fuerte incentivo para uniformar sus leyes, lo mismo que las compañías papeleras tienen incentivos para estandarizan el tamaño de las hojas[5].
 
De este tipo de instituciones, sin embargo, no se seguiría necesariamente una legislación liberal. La ley estaría sujeta a la demanda de los consumidores y en tanto que éstos reclamaran disposiciones antiliberales el mercado las proveería. Pero, a diferencia del contexto estatista, “la demanda del mercado es en dólares, no en votos”[6]. La protección contra las agresiones tendría lógicamente una gran demanda, pero habría poco mercado para la sanción de “delitos sin víctimas”, puesto que no dañan a nadie físicamente. Y si el coste de una medida prohibicionista es mayor para los afectados que su valor para los promotores (lo que sucederá casi siempre), los primeros estarán dispuestos a pagar más para prevenirla que los segundos para implementarla y en consecuencia la ley no sobrevivirá[7].
 
Según David Friedman un sistema anarco-capitalista con suficiente aceptación popular estaría razonablemente a salvo de amenazas interiores y sería mucho más pacífico que un escenario estatista. Las agencias se financiarían mediante pagos voluntarios y competirían en el mercado, por lo que en el instante en que alguna procediera, por ejemplo, de manera belicosa, el consumidor podría contratar otra empresa y aquélla se quedaría sin clientes y sin fondos para proseguir con su fechorías. Como señala Friedman, sería como si un mandatario declarara una guerra y al día siguiente la población de su país se hubiera reducido a tres generales, veintisiete corresponsales y él mismo[8].
 
¿Podría producirse una colusión entre las distintas agencias para someter a la ciudadanía? Ante todo, ese sería un peligro menos probable si la población estuviera armada. Dicho esto, cabe considerar que en la actualidad la policía y el ejército también podrían sublevarse y tomar el control de las instituciones, y sin embargo no lo hacen. Según Friedman habría que presumir que existen ciertas restricciones morales internas que se lo impiden y que podrían darse igualmente en una sociedad sin Estado. De hecho hay razones para pensar que bajo el anarco-capitalismo el ansia de poder sería menor, pues las agencias estarían administradas por empresarios eficientes dedicados a complacer al consumidor, no por políticos que se arrogan el derecho a dominar al pueblo. Asimismo es preciso tener en cuenta que quizás la colusión fuera factible si hubiera sólo tres agencias de protección en todo el territorio, pero no si hubiera diez mil, porque entonces los consumidores se desvincularían de las que actuaran como gobiernos y se adherirían a las que custodiaran sus derechos. Y atendiendo al tamaño económicamente óptimo que una empresa de protección podría tener, Friedman considera que la cifra de agencias estaría más cerca de diez mil que de tres[9].
 
El sistema de justicia actual proporciona un mejor servicio a los individuos con rentas altas. Aunque el mercado de protección no proveería igualdad, sí mejoraría la posición de los más pobres. Friedman estimó en los años 70, cuando el gasto del gobierno estadounidense en fuerzas de seguridad y tribunales era de unos 40 dólares per cápita anuales, que en una sociedad anarco-capitalista un servicio de la misma calidad quizás podría costar 20 dólares, precio asequible para virtualmente cualquier familia norteamericana, máxime si se suprimen los impuestos.
 
 
Aislacionismo militar
Friedman se plantea la cuestión de la política exterior prescindiendo de si la ejecutaría un gobierno limitado o instituciones privadas. Su tesis es que una país / sociedad no puede tener una política exterior genuinamente libertaria (en tanto que “política exterior” implica la existencia de otros Estados; en un mundo anarcocapitalista, sin fronteras territoriales, ese concepto carecería de sentido).
 
Se distinguen dos posicionamientos básicos: el intervencionista y el aislacionista.
 
Bajo una política intervencionista una nación mantiene numerosas alianzas y apoya regímenes varios considerados de interés para la seguridad nacional. No es válido decir que estas ingerencias en los asuntos internos de otros Estados son ilegítimas per se, ya que son los individuos y no los Estados los que en rigor no pueden ser interferidos o agredidos. Otorgar inmunidad a los segundos es quitársela a los primeros, puesto que es conceder al Estado la plena libertad (el derecho a no ser agredido) para violar la libertad de su pueblo. Pero la política intervencionista es sensible a otro argumento, que es que su aplicación casi inevitablemente conlleva el sostén de regímenes opresivos. Coligarse con el Shah de Irán, explica Friedman, no sólo implicó defender a su país de las agresiones externas, también implicó armar a su policía secreta. Y si se está apoyando, entrenando, equipando, subvencionando las fuerzas que el gobierno emplea para someter a su pueblo, se es parcialmente responsable de esta coerción.
 
Bajo una política aislacionista una nación apenas posee socios y sólo interviene cuando es agredida. En el contexto de la guerra fría, por ejemplo, eso suponía sustituir las alianzas por un buen número de misiles termonucleares. Si la Unión Soviética atacaba Estados Unidos, éste debía responder lanzando sus cohetes sobre suelo ruso, y entonces el resultado hubiera sido la aniquilación de millones de personas inocentes, simples víctimas del sistema comunista y tan responsables de las decisiones del gobierno Moscú como cualquier norteamericano. Lo que afirma Friedman es que una guerra de auto-defensa también conlleva una vasta pérdida de vidas civiles.
 
Así pues, no parece que ninguna de las dos grandes categorías se ajuste al principio de no-agresión liberal. Habría alguna otra alternativa según el profesor Friedman, aunque poco halagüeña. Por ejemplo el empleo de guerrillas en lugar de alianzas o misiles. Pero dice que históricamente las guerrillas, sin apoyo externo, han sido poco exitosas enfrentándose a ejércitos regulares. Además, es dudoso que en una guerra de guerrillas se respeten más los derechos individuales, a menos que éstas limiten severamente sus actuaciones (y sus posibilidades de vencer). Se apunta a menudo que aun sin ejército una sociedad anarco-capitalista, armada y hostil, sería difícil de conquistar por un Estado, ya que carecería de la estructura administrativa necesaria para controlar a la población. Pero, como apunto Friedman, habría un método simple para someterla: se advierte a una ciudad del territorio libre que si no paga un tributo será arrasada con proyectiles. Si la ciudad se niega a ceder, el agresor lanza las bombas, se registra en video la masacre y se envía la cinta a la próxima ciudad, que probablemente pagará.
 
Aparte de la mera rendición, por lo tanto, no parece haber una estricta postura libertaria que sea aceptable. El profesor Friedman arguye que en estas circunstancias lo más sensato y práctico es un posicionamiento fundamentalmente aislacionista. Distintos objetivos en conflicto en el seno de la Administración derivan a menudo en una política exterior mal diseñada. A modo de ejemplo Friedman menciona el caso de Estados Unidos, que entró en una guerra por intentar defender a China de Japón, durante los próximos treinta años estuvo defendiendo a Japón, Corea, Vietnam… de China, y luego descubrió que era precisamente China su verdadero aliado contra la Unión Soviética[10]. El aislacionismo generaría de este modo menos disputas e incentivaría a los otros países afines a ser militarmente autónomos.
 
 
Crítica al apriorismo de la no-agresión
Para David Friedman el principio libertario de la no-agresión se antoja simple y verdadero sólo porque se aplica de manera selectiva a casos poco complejos. En realidad la materia es mucho más problemática y las máximas tradicionales del tipo “no puede iniciarse nunca la coerción”, “el hombre tiene pleno derecho sobre su propiedad, con la condición de que no viole los respectivos derechos de los demás”, no sirven para fundamentar todo el cuerpo teórico liberal[11]. Friedman es consciente de que su defensa del libertarismo en términos utilitaristas puede ser criticada muy duramente desde posiciones iusnaturalistas, ya que parece implicar que uno debe rechazar la libertad si descubre que algún método coercitivo funciona mejor. Pero la cuestión es que los principios liberales apriorísticos, tomados literalmente, presentan algunas dificultades que según Friedman parecen insolubles y producen ciertas conclusiones que virtualmente ningún libertario estará dispuesto a aceptar. Así pues, a partir del concepto de los derechos naturales no sería posible (al menos en la actualidad) deducir íntegra y consistentemente el modelo de una sociedad libre.
 
Friedman razona su punto de vista planteando sugestivos interrogantes y situaciones. Se pregunta, por ejemplo, qué es lo que debe entenderse por “trasgresión de la propiedad”. Si alguien dispara un láser de mil megavatios contra su puerta sin duda estará violando sus derechos de propiedad, pero ¿qué sucede si reduce la intensidad del brillo, por ejemplo al nivel de una linterna? ¿Dónde fijar una frontera? Si alguien enciende una luz en su casa y un vecino la percibe desde la suya, con el ojo desnudo o a través de un telescopio, significará que algunos fotones se han introducido en la propiedad del segundo sin que éste lo haya consentido. ¿Trasgresión de derechos? Algo similar sucedería con la polución. Si uno tuviera derecho absoluto sobre su propiedad, podría alegar que sus vecinos deben contener la respiración, porque cualquier molécula de dióxido de carbono que exhalen y penetre en su propiedad sin su consentimiento será una violación de derechos. Una respuesta a estos problemas, apunta Friedman, es sostener que sólo son admisibles las trasgresiones significativas. ¿Pero qué es una trasgresión significativa? Y si para contestar debemos examinar las consecuencias de las acciones ya estaremos emitiendo un juicio utilitarista.
 
Igualmente, dice el profesor Friedman, surgen problemas cuando se contempla la probabilidad de determinados efectos en lugar de su “volumen”. Emplea aquí la siguiente analogía[12]: si uno juega a la ruleta rusa con un tercero se considerará una violación de derechos, pero ¿y si la recámara tuviera mil o un millón de cápsulas? Si también se considera una violación de derechos, ¿significa que nadie puede realizar ninguna acción si existe la posibilidad de que ésta dañe a otro individuo? ¿Es legítimo que vuelen los aviones si sabemos que éstos tiene una probabilidad de 1 entre X de estrellarse contra una población?
 
Según Friedman, desde el iusnaturalismo no podemos responder por qué un elefante no puede cruzar nuestra propiedad y en cambio sí puede hacerlo un satélite a miles de kilómetros de altura. La teoría lockeana de la adquisición de la tierra (nos apropiamos de la tierra cuando mezclamos nuestro trabajo con ella) tampoco sería útil para determinar por qué si despejamos un bosque no nos apropiamos sólo del valor añadido fruto de nuestro esfuerzo, sino de la tierra entera[13].
 
Pero habría otros problemas además de los relacionados con la acotación de los derechos de propiedad. También un sistema legal libertario suscita espinosos interrogantes. Raramente un juicio produce una certeza de culpabilidad. Si existe un 2% de posibilidades de que un condenado sea inocente y se violen, por tanto, sus derechos, ¿puede legitimarse la sentencia de culpabilidad desde principios iusnaturalistas? ¿Qué podemos decir a priori de la justeza de un determinado margen de error? Y en cuanto a la pena, ¿cómo derivar del principio de no-agresión el castigo o la indemnización adecuada?
 
Dejando de lado las situaciones que acaso entrañarían violaciones menores de derechos, Friedman indica que podemos imaginar otro tipo de escenarios comprometedores para los libertarios. Si en una propiedad privada en la que se prohíbe portar armas alguien saca un rifle y se dispone a disparar a la multitud, ¿debe uno abstenerse de quitar el arma al maníaco y emplearla para contenerle? Eso parece, si hay que ceñirse a los principios, pero es dudoso que encontremos muchos liberales dispuestos a ser consecuentes.
 
Friedman sugiere la posibilidad de sustituir la máxima tradicional de la no-agresión (“nunca iniciar la coerción”) por otra que nos remita al objetivo deseado: “minimizar la coerción”. De este modo, en el escenario anterior, un individuo podría transgredir los derechos del propietario quitándole el rifle al maníaco y salvar así numerosas vidas. El monto total de coerción sería mucho menor. Pero este precepto utilitarista tampoco satisface a Friedman, que no está dispuesto a aceptar algunas de las conclusiones que de él pueden derivarse. Por ejemplo, aunque minimizaría la coerción, se opone a que alguien robe un arma de 100 dólares para evitar que un asaltante le hurte 200. Otro problema sería que este criterio es fútil ante la disyuntiva entre un coste reducido de coerción y un coste enorme de cualquier otra cosa. Por ejemplo, si un asteroide estuviera a punto de colisionar contra la Tierra y la única manera de evitarlo fuera robando un artefacto perteneciente a otro individuo, la fórmula de la “minimización de la coerción” no nos autorizaría a sustraer el artefacto, porque una catástrofe natural no es ningún tipo de coerción, y entonces perecería toda la humanidad[14].
 
Una posible respuesta a todos estos planteamientos, señala Friedman, sería que el libertarismo es un principio absoluto, si bien las máximas simples tradicionales (no-agresión etc.) son en realidad aproximaciones a unas pautas más complejas y sutiles, y por tanto es lógico que en determinadas situaciones difíciles las aproximaciones no resulten adecuadas. El profesor Friedman dice simpatizar con este punto de vista, pero aclara que no es muy útil para enfrentarse a las cuestiones del mundo real, al menos hasta que alguien concrete cuáles son realmente estos principios.
 
Otra posible respuesta, con la que Friedman también simpatiza, es que hay distintos valores importantes que no pueden ser clasificados en una simple jerarquía. La libertad sería un valor, pero no el único.
 
Una tercera respuesta, característica de los iusnaturalistas, es que no hay ningún conflicto entre la libertad a priori y el utilitarismo, quizás porque existe una conexión profunda entre ambos. Las problemáticas planteadas anteriormente debieran interpretarse entonces como una combinación de errores sobre lo que es posible (por alguna razón esas situaciones no podrían ocurrir en el mundo real) y errores acerca de lo que verdaderamente implican los correctos principios liberales.
 
La conclusión de Friedman es que el libertarismo no es una colección de proposiciones simples e inequívocas, sino un intento de aplicar ciertas nociones económicas y éticas a una realidad muy compleja[15].

[1] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 19.
[2] Íbid. Pág 13.
[3] Íbid. Pág. 148.
[4] Íbid. Pág 157.
[5] Friedman trata este tema y refuta algunas objeciones en “Law as a Private Good, A Response to Tyler Cowen on the Economics of Anarchy”Economics and Philosphy, 1994
[6] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 127
[7] Friedman habla en profundidad del análisis económico del derecho en su obra “Law’s Order: An Economic Account”, Princeton University Press, 2000; consultable en la red: También versa sobre la eficiencia de la ley su trabajo “Anarchy and Efficient Law”, en For and Against the State
[8] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 123
[9] Íbid. Pág. 124
[10] Íbid. Pág. 214
[11] Los capítulos 41,42 y 43 de “The Machinery of Freedom”, en los que Friedman discute esta cuestión, se pueden consultar íntegros en su página web.
[12] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 169.
[13] Friedman intenta articular una defensa del derecho de la propiedad desde una perspectiva algo distinta en “Comment on Brody”, Social Philosophy and Policy, 1983.
[14] Friedman, David, “The Machinery of Freedom, Guide to a Radical Capitalism”, 2º ed. La Salle, IL: Open Court, 1989, pág. 175.
[15] Íbid. Pág. 176. Más trabajos e información sobre David Friedman en su página web.

Mijail Bakunin, el principal ideólogo del anarquismo (LXXIII)


Por: JAVIER MEMBA

 

Si bien Godwin, además de padre de Mary Shelley fue el primer anarquista especulativo, el austríaco Max Nettlau (1865-1944) -el Herodoto de la anarquía, que lo llamó Rudolf Rocker (1873-1958)- ya ve inspiración libertaria en la aversión al estado del filósofo griego Zenon de Cicio (333-263 a.C.). La desobediencia, como poco, es tan antigua como la sumisión. Pero de cuantos pensadores ha dado desde entonces el sentir libertario, fue Mijail Bakunin el principal ideólogo del anarquismo como acción revolucionaria. El resto de sus predecesores el pensamiento ácrata -además de Godwin lo fueron Max Steiner (1806-1856) y Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865)- eran, como con tanto acierto señala Bert F. Hoselitz, anarquistas especulativos. 

Lo primero que sorprende al estudiar la figura de Bakunin es que un hombre, que vivió tan entregado a la acción revolucionaria que jamás tuvo tiempo de terminar un libro -todos sus volúmenes son compilaciones de cartas y textos ocasionales, muchos de ellos escritos en la cárcel- pasé por ser el principal teórico de algo. Sólo si consideramos que para la anarquía lo que cuenta es la práctica, que no la teoría, el enigma queda explicado. Apasionado de las sociedades clandestinas y radicales,bien en las barricadas, bien apoyándolas de una u otra manera, Bakunin participó en todas las insurrecciones de las que tuvo noticia, que no fueron pocas teniendo en cuenta que la época que le tocó vivir fue la de las grandes revoluciones. 

Los círculos revolucionarios 

Nació en Torjok, muy cerca de Moscú, en 1814, fue la suya una familia de terratenientes. Siguiendo el deseo paterno ingresó en la academia militar, pero abandonó la carrera de las armas en 1836, siendo oficial de la Guardia Imperial. «Me enamorisqué, me enredé, me descarrié», apunta el mismo Mijail en la confesión que dirigiera al zar Nicolás I, preso el rebelde de por vida en una mazmorra de la fortaleza de San Pedro y San Pablo. «En 1840 obtuve de mi padre, no sin grandes dificultades, la autorización de salir al extranjero para estudiar en la Universidad de Berlín». Sumergido en la metafísica alemana, «noche y día no veía otra cosa que las categorías de Hegel». Traslado a Dresde algunos meses después, entra allí en contacto con los círculos revolucionarios en los que llama la atención por la exaltación con que se expresa. 

Los años siguientes llevaran a Bakunin, que malvive de las traducciones del alemán y del ruso, a Bélgica, Suiza, Polonia y Francia. Expulsado de París en 1847 a instancias de la embajada rusa, después de haber pronunciado una conferencia sobre el alzamiento polaco de 1831 contra la dominación zarista, se exilia en Bruselas. Tras su participación en las insurrecciones de Praga y Dresde (1848), es detenido en Sajonia (1849) y condenado a muerte. Entregado a Rusia, el zar, que está al corriente de toda la actividad subversiva de Bakunin, ordena personalmente que se le confine de por vida en la mazmorra ya aludida. 

Tan ateo como colectivista 

Tras siete años de cautiverio, perdidos los dientes a consecuencia del escorbuto que padece y viendo que va a morir sin realizar su proyecto revolucionario, Mijail accede a llevar a cabo la confesión que Nicolás I le ordena para suavizar su condena. Repleto de un falso arrepentimiento, no en vano en sus párrafos leemos: «El motor principal en Rusia es el miedo. (…). En todas partes se roba, en todas partes se soborna y, por dinero, se cometen injusticias (…), pero eso, en Rusia, sucede en mayor grado que en los restantes estados». 

Conmutada la cadena perpetua por destierro en Siberia, logrará evadirse en 1861 a través de Japón y Estados Unidos. Instalado en Londres en 1861 su pensamiento ha pasado del paneslavismo democrático anterior a su confinamiento al anarquismo. A diferencia de la idea generalizada, para Bakunin la acracia no es el desorden gratuito, sino la base para una sociedad fraternal. «La solidaridad y la libertad son la esencia del género humano», apuntará en «El estado y la anarquía» (1873). Tan ateo como colectivista, sostiene que «el Estado es el producto de la religión. Nació en todos los países del maridaje de la violencia (…) con los dioses creados por la fantasía teológica de los hombres». Estos planteamientos le llevarán a fundar en 1869 la Alianza Socialdemocráta, que no tardará en adherirse a la Primera Internacional. 

En el seno de esta última organización, Bakunin conocerá al que junto con el Zar habría de ser su otro gran enemigo: Karl Marx. Producida la inevitable ruptura entre anarquistas y autoritarios, los libertarios -la gran mayoría- fundarán la Asociación Internacional de los Trabajadores. Retirado a Suiza en 1872, morirá cuatro años más tarde. «En Bakunin todo era colosal. Estaba lleno de fuerza y exuberancia», diría de él Richard Wagner, su compañero en las barricadas de Dresde. Las obras completas del revolucionario verían la luz en seis volúmenes aparecidos en París entre 
1985 y 1913. 

 

http://www.elmundo.es/elmundolibro/2002/10/06/anticuario/1033751938.html


Contra la esclavitud del siglo XXI


05/03/2007 – Jorge Valín

Contra la esclavitud del siglo XXI

Cuando empezó a aflorar el movimiento antiesclavista a finales del siglo XVIII muchos lo vieron como el principio del fin. Hubo dudas de todo tipo, desde económicas hasta morales pasando por las políticas o las referidas a la estabilidad del sistema. Se llegó a decir incluso que los esclavos tenían que compensar a sus amos por la productividad que no realizarían al dejar de trabajar gratis para ellos. Algunos creían que al ser unos “salvajes” sembrarían el caos entre ellos y eso desestabilizaría la sociedad. No sólo los esclavistas pensaban así, sino que incluso algunos esclavos también lo creían. Preferían vivir en la falsa seguridad de la tiranía que descubrir el huracán de la libertad y la capacidad de tomar decisiones por si mismo siendo siempre responsable de sus propios actos.

Todos estos miedos nos parecen absurdos ahora que ya conocemos la historia. Nos cuesta entender incluso cómo una enorme parte de la sociedad podía tener miedo al abolicionismo. La esclavitud en Europa fue abolida con la llegada del capitalismo y fue uno de los más grandes pasos hacia la libertad individual.

Ahora estamos en el siglo XXI y la esclavitud aún existe. Esclavitud es la posesión de un ser humano en manos de otra contra la voluntad del primero. Es la explotación del trabajo de una persona contra su voluntad y eso implica el robo también de su propiedad privada, esto es, de su producción. El esclavo no tiene opciones, sólo ha de trabajar para su amo, de no ser así, el amo tiene la capacidad de aplicar la fuerza, la violencia física contra el esclavo pudiéndolo incluso matar. El que trabaja de forma voluntaria jamás puede ser un esclavo, por más mal pagado o explotado que se considere. En el momento que podemos abandonar de forma libre y sin represalias nuestro trabajo, somos hombres libres no esclavos.

Todo y así, la esclavitud no sólo sigue existiendo, sino que es masiva y afecta a todos los sistemas occidentales. Sólo hay una organización que nos haga rendirle por medio de la fuerza nuestra producción y libertad contra nuestra voluntad: el estado.

A igual que ocurría en los siglos XVIII y XIX, la actual esclavitud del estado se mantiene por las mismas excusas: el esclavo (usted) no puede vivir en libertad porque es un ser antisocial, se rinde ante sus pasiones, o también, en libertad sólo haría que generar costes sociales que llevarían a la extinción de la humanidad. Posiblemente, de aquí a doscientos años nuestros descendientes vean estas excusas tan ridículas como nosotros vemos las de los esclavistas de siglos pasados. En ese momento futuro, es de desear que el hombre haya llegado a la cúspide de la civilización y por fin podrá desarrollar su potencial sin obstáculos ni extorsión.

El estado no ha de ser responsable de nuestras vidas ni actos. Cuando lo hace, sólo es para podernos expropiar por medio de la coacción nuestra propiedad privada y nuestro trabajo. Los impuestos, por ejemplo, no tienen ninguna justificación individual ni por lo tanto social, más bien al revés. Sólo sirven para mantener a una oligarquía: gobernantes, políticos, grupos de presión, sindicatos, patronales, monopolios… que en una sociedad libre sería minoritaria y menos parasitaría que en la actualidad.

Al rendir nuestra producción o dinero al estado tenemos, de hecho, un socio pasivo e impuesto que cada día, semana, mes, año y durante toda nuestra vida vamos a tener que alimentar sin que nos aporte nada en balance general, aunque sólo sea por la suma de todos los costes de transacción o la restricción a la diversidad de la estructura productiva y de precios que el estado impide. Pero lo que es más importante, con los impuestos cedemos nuestra producción realizada contra nuestra voluntad. A eso siempre se le ha llamado robo, no hay ningún contrato ni negociación posible, es “la bolsa o la vida”, y sólo bajo esta amenazada el esclavo paga. No es un acto humanitario, sino antisocial e incivilizado.

De igual forma, el estado abarca cada vez más el control en nuestras vidas. ¿Por qué necesita un permiso del gobierno para conducir, abrir una empresa, comprar un arma para defendernos o por qué la ley, ordenanzas municipales o los políticos en general le han de decir dónde aparcar su vehículo, cuándo regar las plantas o a qué hora o cómo ha de sacar la basura todo ello bajo la amenaza de multas? Rápidamente el esclavista y prohibicionista le responderán, al igual que decían en el S. XIX: “porque el hombre es un salvaje, necesita leyes que le coarten su libre albedrío, sino la sociedad sería un caos y todos desapareceríamos”.

La burda apología del esclavismo concibe que el hombre no son responsable de sus propios actos, y cómo solución nos plantea una contradicción: un grupo de hombres, oligarcas, que dirijan y manden sobre el resto. Si el hombre es salvaje por esencia ningún sentido tiene poner al mando a uno de su misma especie. No sólo eso, sino que además los incentivos son diferentes. El político, al ser un hombre con control supremo y sin nadie que le supervise –todo lo contrario que nosotros– toma decisiones que sólo apoyan su interés sin necesidad que a usted le puedan ser beneficiosas. Más bien al revés, como el político y el gobierno son los dueños monopolísticos de la fuerza y la ley pueden usarla en único beneficio de ellos mismos y los suyos. Si lee la prensa o mira las noticias encontrará tantos casos como quiera: corrupción por todas partes, leyes favorables a una sola empresa o grupo de presión, o leyes que sólo favorecen al propio gobierno como la actual Ley del Suelo que abarata las expropiaciones y puede impulsar lacorrupción política aún más.

Los controles sociales pueden existir sin una represión continua del estado hacia todo, es más, la represión y derecho positivo en el que se basa el estado del bienestar no son la mejor forma de potenciar la responsabilidad individual. Curiosamente es a la inversa, fomentan el caos y el grado de inicialización del hombre. El continuo aumento de la delincuencia en España es debido a leyes que consideran al criminal una víctima, esto es, lo exoneran de sus actos. El alto grado de desempleo es debido a leyes que fomentan la irresponsabilidad individual como el subsidio de desempleo o leyes contra el despido, que además, se basan en la extorsión. Para garantizar una sociedad puramente responsable sólo hay un camino, avanzar hacia una libertad total donde todo sea responsabilidad privada e alguien. Fíjese por ejemplo, que las calles siempre están sucias, su “responsable” es el estado. Por el contrario, los grandes almacenes privados siempre están limpios. Sus dueños se encargan de que así sea sin que le cueste nada a la sociedad.

Los pensadores liberales y la entrada del capitalismo abolieron la esclavitud privada. Ahora que hemos consolidado este hito de la civilización vamos a tener que ir más allá y abolir la esclavitud del estado. La entrada de lo que conocemos como Globalización nos lo permite y corre de nuestro lado, es una potente arma para la descentralización estatal. La tecnología, con Internet por ejemplo, también nos permite difundir las ideas sin la censura del gobierno, al menospor el momento.

Es la obligación de cualquier hombre libre luchar contra la esclavitud, no importa que fuese en el siglo XVIII o en el XXI.

http://www.juandemariana.org/comentario/1156/

Instituto Juan de Mariana

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